
Desorientado, el nuevo álbum de Foo Fighters no termina de dar con algo fresco
25 años de carrera y 10 álbumes… Foo Fighters cada día ofrece más motivos para no solo estar considerado como una de las grandes bandas de rock contemporáneas sino ya como uno de los referentes históricos del género. Sin embargo, no todo ha sido un camino de rosas y desde su imagen pública a su sonido, la carrera del grupo liderado por Dave Grohl ha contado con numerosos altibajos en un camino condicionado por la necesidad de innovar sin perder su sonido en una batalla que todas las bandas pierden contra el paso del tiempo. Lo que parece claro, Medicine At Midnight no es uno de los grandes triunfos del grupo.
Previsto para ver la luz en 2020 pero aplazado por la pandemia y con la presencia de Greg Kurstin en la producción, el intento de mostrarse siempre atrevidos probando nuevas ideas compositivas no encuentra su mejor resultado en este álbum. Comenzando por Making A Fire, primera canción del proyecto que sorprende con un grupo de coristas femeninas. Sin embargo, sorprende para mal, pues no creemos que nadie pueda celebrar un recurso que poco entiende del sonido de la banda. Un comienzo poco halagüeño de cara al resto proyecto, aunque Foo Fighters evita que nos desesperancemos por completo con Shame Shame, sencillo del álbum y canción en la que el sonido propio del grupo parece encontrar algo verdaderamente fresco sin desfallecer en el intento.
Ni de lejos todo es dramáticamente negativo en este proyecto, de unos escasos 36 minutos y 9 canciones, pero sí que es verdad que no terminamos de encontrar momentos puros ni arrebatos de genialidad en una obra que suena demasiado a «vamos a hacer algo distintivo pero tampoco nos pasemos». Por ello, Medicine At Midnight está plagado de recurrencias, de cosas que quieren sonar distintas pero que caen en lo de siempre: desde Waiting On A War, que empieza como una correcta canción acústica pero acaba como un increscendo previsible y poco carismático, a No Son Of Mine, que aburre como pocas con lo más evidente del rock de los Foo.
Es cierto que otras, como Holding Poison, sí consiguen hacernos disfrutar con lo más característico e intenso del grupo de Seattle. En el caso de la canción que da nombre al proyecto, Medicine At Midnight, la referencia a David Bowie y su Let’s Dance propone algo digno e interesante que además se entiende bastante bien con el concepto de Shame Shame, revelando un estilo común que quizás, explorado con mayor intensidad y atrevimiento, nos podría haber ofrecido algo mucho más enriquecedor, aunque por supuesto mucho más arriesgado.
En 2017 el grupo demostró un gran estado de forma con Concrete and Gold, y para algunos fue como si diera igual el tiempo que pasara, que Foo Fighters siempre estaría ahí para ofrecernos lo mejor de su talento. Medicine At Midnight por el contrario parece destacar por su escasa orientación, por su necesidad de renovar un sonido sin tocar lo que siempre les ha dado el éxito. Tanto es así, que el décimo álbum en la carrera de Foo Fighters solo nos demuestra que pudiéndolo hacer mucho mejor, siempre hay algo para rescatar.
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